Paula Gil patologia animal: Antecedentes

Antecedentes



Todos  los delfines desde los años 60, en que la serie "Flipper" llevó a nuestros hogares la benigna y simpática imagen de estos inteligentes payasos de los mares, "traviesos genios del mar", como el escritor Jack Denton Scott los definió al titular su célebre artículo sobre ellos.

Pero la admiración y amistad mutua entre delfines y hombres proviene de la más remota antigüedad. El escritor latino Plutarco escribió: "El delfín es la única criatura que quiere al hombre por el hombre mismo. De los animales terrestres, algunos huyen del hombre. Otros, como el caballo y el perro, son domésticos exclusivamente porque el hombre los alimenta. Sólo en el delfín nos ofrece la naturaleza lo que los filósofos han buscado desde siempre: la amistad desinteresada". Plinio, por su parte, refiere que en la colonia romana de Hipona, en el norte de África, los niños cabalgaban sobre delfines entre las olas. La escena está representada en monedas romanas del año 74 a.C.

En tiempos recientes, han menudeado los relatos de personas que han sido salvadas o ayudadas por los delfines. Una joven que se estaba bañando en una playa de la Florida comenzó a ser arrastrada por la marea: "De pronto sentí que un tremendo empujón me arrojó hacia la orilla. En cuanto pude levantarme busqué con la mirada, pero no había nadie a mi lado. Unos seis metros mar adentro retozaba un delfín, dando saltos fuera del agua. Un hombre que fue testigo del episodio me dijo que el delfín me había salvado".

El citado Scott manifiesta que los biólogos creen que este tipo de conductas se deben no al afán de salvar a un hombre, sino a la inclinación al juego que tienen estos "buenos salvajes" del mar: "Sencillamente, se divierten empujando cualquier objeto flotante". Y continúa: "Miles de personas han observado exhibiciones en que las marsopas y delfines juegan al baloncesto. Muchas veces, cuando se sienten juguetones, cogen la cola de un pez, nadan hacia arriba tirando de él un gran trecho y luego lo sueltan sin haberle causado el menor daño".

El mismo Scott ha presenciado, además, la inteligencia con que los delfines se defienden de sus enemigos. Escribe: "Un día en que había salido a pescar, observé que un gran tiburón daba saltos y más saltos fuera del agua. Seis delfines lo tenían cercado y embestían contra él al unísono, golpeándolo en las agallas y en el vientre. Al fin el tiburón, ya moribundo, se hundió".

Estos actos de evidente inteligencia son posibles porque el cerebro del delfín pesa 1,63 kilogramos, mientras que el del ser humano rara vez pasa de 1,5. La cantidad de células por milímetro cúbico de tejido nervioso es la misma en ellos que en nosotros.

Esta es la maravillosa criatura, inteligente, sabia, elevada y noble, a la que los turistas acuden a admirar en masa en las playas de Maryland y Virginia. Este es el delfín nariz de botella, el involuntario protagonista de este artículo.

A esta especie pertenecen las víctimas inocentes de una serie de repudiables asesinatos, una larga lista de muertes insensatas que sumieron a los científicos y al público general en el asombro y el estupor.

¿Quién estaba matando a los delfines? ¿Por qué? ¿Quién podía tener el corazón tan frío y la mente tan desviada como para cometer un crimen tan atroz?
Bienvenidos, entonces, a la increíble historia del maniático asesino de delfines, el Jack el Destripador de las profundidades.




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